viernes, 12 de marzo de 2010

Tengo una colección de gorriones

Entre las numerosas especies de aves canoras,
pájaros (passeriformes),
repartidos por todo el mundo, me gusta sobre todo una
de dimensiones pequeñas que vive en la parte de atrás de mi casa,
igual que un inmigrante en una ciudad provisional.

Los nidos (grandes y desordenadas esferas con entradas laterales)
brotan por estas fechas en las cavidades de las paredes exteriores.
Ambos progenitores incuban los cuatro o seis huevos
de las puestas. Las crías,
naciendo ciegas, desprovistas de plumas,
completamente dependientes de los progenitores
bastante tiempo (leí el otro día
en una enciclopedia de las aves cuando fui
a comprar papel para la impresora
y mandarte por correo las cosas que habías olvidado
aquí en el cuarto). No
me agrada nada desconocerte así,
en las palabras garabateadas con prisa en una
hoja cualquiera. Las cartas son para las personas
a las que no me interesa hablar más,
diría el Otro que fui y que Gatita quiso como a los vasos de whisky.
Tú bien me avisaste que habría un tiempo
en que iríamos a quedarnos lejos el uno del otro.
Y que estaría bien que nos acostumbráramos a
comunicar así, por escrito. Así, como ahora.

A veces, cuando estoy en la cama antes de dormir,
casi consigo oír a las crías pidiendo comida a los padres,
estirando el pescuezo y abriendo el pico.
A veces, igual que ellos, casi queriendo decirte alguna cosa,
entreabro los labios sin darme cuenta y la noche
me entra completa por la garganta, hasta incluirme los gritos como un alimento,
fosa adentro;
es tarde y pasan aviones en el cielo de mi boca.

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