martes, 3 de marzo de 2009

CRUDA, UN DÍA PARA DESPERTAR


Incluso antes de abrir los ojos ya le dolía la cabeza, se despertó pero no abrió los ojos, primero intentó localizar el punto exacto de las sienes ke le parpadeaba como un semáforo, duele, no duele, más o menos, punza.
De hecho, el primer movimiento ke hizo en su nuevo día, antes que apagar el despertador, fue alargar la mano para alcanzar la botellita de pastillas para la migraña ke dejó un día antes en la cómoda, al lado de la cabecera. Todavía con los párpados cerrados le dio un sorbo a la botella de agua y diciendo maldiciones al sol por haber nacido ese día se echó la pastilla a la boca.
“Maldita cruda de cajeta, ¡cómo odio el vino blanco!”, pensó mientras se kitaba los últimos pedazos de hueva de encima y saboreaba lo único bueno de ese despertar: el escozor de los testículos después de una noche en ke tuvo sexo con esa buena dosis de gemidos y un par de orgasmos.
De un salto aventó las cobijas lejos de sí y se paró, como un pekeño felino de circo, mas en cuanto vio el reloj de su muñeca se alarmó un poco, faltaban 15 minutos para ke el avión saliera con rumbo a Saltillo.
Con toda la prisa ke se dio, juntó sus cosas en cosa de 5 minutos, las hizo moño en su pekeña maleta y salió del hotel apenas dando explicaciones a la hermosa recepcionistas del hotel ke se levantó de su habitación a trabajar. Cristiano Ronaldo le dejó su tarjeta y le vaga frase: “Luego me llamas, ¿no?, para pagar la cuenta y ponernos de acuerdo por si kisieras ke nos viéramos otra vez”. En ese justo momento agradeció ke el destino le hubiera puesto en el hotel más cercano al aeropuerto, a dos minutos en taxi de la entrada, como también agradeció su posición de superestrella del futbol, ke le facilitaba el acceso a todos lados, por eso supo ke lo harían llegar al avión sin registrarse y sin toda la burocracia ke tienen ke aguantar el resto de los mortales cuando viajan. Cosa ke ocurrió, todo mundo se le “inclinaba” y se kedaban con las ganas de pedirle un autógrafo.
Llegó al avión justo cuando el piloto hacía chistes con la azafata de cómo debían esperar a las celebridades cuando se daban un baño de pueblo y no iban de una ciudad a otra como incógnitos en un jet privado, tal era el caso.
Cristiano Ronaldo se sentó en el asiento asignado, se abrochó el cinturón, reclinó el respaldo todo lo ke pudo y se durmió en el acto, ni sikiera esperó ke le ofrecieran una bebida o le preguntaran si iba a kerer botana o la comida. Despertó cuando la sobrecargo le empujaba el hombro con un tanto de fastidio y poquísima gentileza, 15 minutos después de haber aterrizado.
La actitud de la chica lo hizo moverse rápido, en ese tiempo no le gustaba interactuar con personas ke no le demostraran simpatía, se ponía un poco frío, luego no sabía ke decirles, como si le kitaran todas las palabras del diccionario, la indiferencia o la oskedad ajenas solía tener en él ese efecto.
Pronto estuvo en el estacionamiento, buscando entre su maleta las llaves del Ferrari Enzo (en el predecible color rojo) ke había adquirido un par de meses antes, se emocionó ante la posibilidad de aventurarse a esa velocidad de piloto de Fórmula 1 en el pedazo de carretera ke atravesaría para llegar al campo de entrenamiento, esa idea le hizo relajarse, ya no importaba la perspectiva del regaño ke recibiría del técnico.
Al encender el coche, sacó el IPod de la bolsa de su chamarra ligera, sintonizó la canción más prendida ke se le atravesó y salió patinando, imaginando ke los guardias de la entrada se sorprendieron por el chirrido de las llantas.
“Now I’m not so sweet”, entonaba Cristiano mientras el velocímetro rozaba el cielo de la adrenalina y los decibeles de la melodía de The Music rasgaban el momento. “Take the long road and walk it; be-bob-bub-bub-be-bop”.
Siempre me he preguntado cuantos momentos disfruta el ser humano como para sentirse liberado de todos los dolores y las preocupaciones durante el día, la respuesta ke me doy nunca ha pretendido ser muy científica ni exacta, sólo trankilizante; no importa, estoy convencido, como Cristiano Ronaldo lo estaba en ese instante, que manejando a velocidades insultantes para los policías es uno de esos pekeños segundos en ke te crees intocable, electrizado por relámpagos de una breve felicidad ke va hacia todas las direcciones del cuerpo.
El volante ya no le hizo caso, se estrelló y la bolsa de aire hizo lo ke debía, salvó la vida de Cristiano, aun cuando el coche kedó tan arrugado como una palomita de maíz acabada de reventar.
Hay ironías así: justo cuando piensas ke todo marcha como debiera, con precisión de un reloj a tu favor, la mákina obedece a otras leyes, las del azar, las ke no entiendes, las ke no puedes preveer y acabas embarrado, hecho moco, o salvado por lo ke los religiosos dirían ke es un milagro.